Buscar este blog

miércoles, 9 de junio de 2010

La muerte de Olvido


Escribo sin ganas, se podría decir de compromiso. Odio escribir así, en ausencia total de algo lisérgico o dadaísta, que podríamos llamar “inspiración”, aunque más no sea el vuelo de una mosca. Un simple aleteo de un grillo o porque no una cucaracha aplastada en el patio.

Quizás me fui de foco. Quizás estoy exagerando, luego de muchos vaivenes que se produjeron en mi vida reciente (buenos y malos) mi rota brújula, perdí el rumbo donde se encuentran esas palabras imposible y aquel verso “a la carte”. Pero como dije alguna vez, aunque lo más seguro es que me haya imaginado diciéndolo, esto es una cura, para la enfermedad, que suele ser en este caso la misma cosa. Enfermo, doctor y hospital se funden en un mismo plano para formar a un tipo somnoliento escribiendo incoherencias a las once de la noche.

Y sigue sin ocurrírseme nada. Y me quedo inmóvil. No puedo creer que todas las palabras con tanto esmero cazadas se hayan fugado. No puedo creer, que mis niñas, que crie con tanto esmero y cariño me hayan dado la espalda. Me quede frio, en este nido vacío donde antes se refugiaban ellas, donde jugaba y reía.

Salgo al patio desesperado para buscarlas para pedirle perdón por algo que no se si hice. Me olvido de abrigarme, me voy a resfriar, o peor. No me importa, salgo aunque sea en calzoncillos, necesito de nuevo estar con ellas, verlas aunque sea un instante. Tocarlas si pudiera…
Esta oscuro. Y lo arboles son los únicos testigos de mi pesada caminata, y miran con ojos agrietados mi doloroso caminar. Algunos, los más jóvenes y desnudos se atreven a reírse y a llamarme loco. Eso es bueno, la locura siempre me gusto.

¿Arboles riéndose? Debo estar cerca, estas visiones deben indicar la presencia de una pequeña niña, una palabra adormecida en alguna esquina sucia de mi barrio. Ya no camino, sino que corro.
Entre tanta oscuridad, una tenue luz del único farol de mi barrio, en una esquina en los límites entre mi barrio y los sueños, estaba una palabra sentada. Vestía un vestidito de muñeca, y miraba asustada. Acercándome a ella, noto que empieza a nevar. La frontera se disipa, estoy en mi mundo nuevamente.

Yo: “¿Qué pasa nena? ¿Estas bien?
Ella: “No, me estoy muriendo. Quiero morir aquí, donde pertenezco, esta calle nevada es mi hogar”
Yo: “¿No quieres venir a casa y hacerme compañía? Te he estado buscando a ti y a tus hermanas”
Ella: “ya no están aquí, yo soy la ultima. Tal vez en otro tiempo, en otra estación de tren…las encuentres”.

No entendí lo de la estación de tren. La niña, es cierto, agonizaba. Se puso pálida, hasta mimetizarse con la nieve y callo a la calle. Un manto blanco servía de mortaja.

“Soy Olvido. Hazme un favor y honra mi nombre. Olvídate de mí, de que alguna vez estuve jugando contigo. Olvídate de todo. Tu destino es olvidar. No es tan malo como parece”.

Cerro sus ojos. La nieve se hizo más cruda, envolviendo a Olvido en una sabana eterna. Vuelvo sobre mis pasos, con pesar. A medida que retorno al hogar, al caliente punto de donde nací, por una estúpida razón me siento feliz. Abro la puerta tarareando una canción.

“¿me trajiste los puchos que te pedí?”

Mi perro me esperaba impaciente. Le dije que no, ya que no quiero que tire cenizas en la alfombra. Aparte cuido su salud.

¿Por qué estoy escribiendo?
Imagen: Publicada en fotolog.miarroba.com/f/9/5/8