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viernes, 7 de mayo de 2010

La muela anda en calesita


Es de noche. Y podría decirse que estoy solo. Mi perro se fue a dormir, sin mediar palabra bostezando que ya era demasiado viejo para andar meando afuera con tanto fresquete.

Podría decirse que estoy solo. A esta hora en este particular momento de la madrugada. Pero no. Un particular pinchazo en mi muela me está molestando. No matando, no desesperando, pero si molestando. Toda una vida de dientes de porcelana y de salud dental tirados a la basura.

Por un momento pensé que el dolor, como algunas expresiones de pensamiento afirman, me haría ver visiones calidoscópicas, o al menos inducirme a la creación. Mentira, y una vil mentira. De hecho no puedo creer que este escribiendo esto y que no pare para irme a dormir de una buena vez.

Y mis huesos sienten frio. Me duele mi boca, pero resalto el hecho de que yo tengo frio. Y me gusta tener frio. Me enaltece, me excita me reverberan en los hilo de mi memoria. En pequeños, minúsculos espacios del aire frio se escribe el pasado. Los huesos los sienten y a su manera lo cuentan.

Había frio en las aulas de mi facultad, de la planta baja. No había estufa, no había gas. El fuego ni siquiera se había inventado. EL ingeniero K. aparece caminando por un largo pasillo oscuro, tirando de su maletín, arrastrándolo por el piso. Un hombre pequeño, encogido por los años y la mala alimentación, arrastrando su destino encerrado en su maletín. Pasos pesados, como no queriendo llegar al aula a dar clases, como queriendo volver a ser alumno. Para gritar, para rebelarse y salir en pelotas a la calle. El ingeniero K. Entra, saluda y empieza la teórica.
Yo me rebelo, grito y salgo en pelotas a la calle. Y muero de neumonía. O mejor me despierto, que sino; no entiendo nada.

Hacia frio, en la parada del 24. Seis de la mañana, noche todavía negra, de un día cualquiera de Mayo. Mecánicamente subo al colectivo. Me puedo sentar, a veces. EM detengo en la ventanilla vaporizada al ver a la ciudad despertar, quitándose la escarcha. Prestaba la atención a los ruidos que nacían, como pequeños bostezos, de las maquinas, de los animales, de la vida misma. EL único refugio para tanto hielo invisible era ese colectivo que lentamente avanzaba por las calles de Buenos Aires. Me hundía en ese sueño sin sueño de los pasajeros mañaneros. Me despierto en Sarmiento y Yatay. Hay que bajar.

En la calle soy uno con el viento frio. Penetra por mi carne y taladra mis huesos con sus uñas. Y camino guiado por sus brazos, en silencio, tratando de crearme otro mundo exhalando vaho de mi boca. Pero no hay otro mundo, solamente hay veredas mojadas, ya que los porteros, sacerdotes del viento matutino, brindan como sacrificios a los muertos de hipotermia de sus baldazos de agua fría.

Y El frio andaba cerca algún mediodía en que me llevaron a la calesita del viaducto. Aquella a la que según dicen, un hombre forzudo llamado “el Rota” hacia girar desde las profundidades de la tierra. Cerca de las bases mismas del viaducto, a pocos metros del centro de la Tierra.
Pero el Rota ya se quedo sin trabajo y la verdad no se qué paso con él. La calesita fue desmantelada y ya sus caballos fueron liberados, quizás para que sirvan para tirar algún carro de botelleros.

Quizás el Rota ande ahora por la ciudad, anhelando el cálido lugar en el que estaba cerca del fuego maternal del manto terrestre. Quizás el frio lo sorprenda en la cola de algún lugar esperando ser contratado. O tal vez nunca Salió de su hueco y se quedo ahí para siempre hundido, y solo, girando una rueda invisible para los chicos que ya se fueron.

Y hace frio ahora, y mi muela me sigue molestando. No entiende ni de ingenieros, ni de porteros, ni de calesitas. Quizás si pudiera sentarla en algunos de esos caballitos de la calesita del Rota, me deje un poco de molestar y se entretenga tratando de sacar la sortija.

Ilustracion: de la pagina http://photos.igougo.com

sábado, 1 de mayo de 2010

Noche de chicas y un perro fayuto


Sábado, me levanto como indica mi religión (presbiteriano cuántico), al mediodía. Sé que tengo que estudiar, lo vengo diciendo y lo vengo jurando que tengo que sentarme y ponerme a leer las materias y no perder ese tren que me costó agarrar.

Desayuno y casi almuerzo a la vez. Pizza casera. Teniendo unos minutos para conversar, antes de prepararme para ir a arquería, mi madre me dice al pasar luchando con una porción perdida de la bandeja.

“te dejo mas pizza preparada en el horno. Esta noche salgo con Laura, y me quedo a dormir en su casa, vuelvo mañana a la mañana. SI tenes que salir ya sabes cómo hay que dejar al perro”.

Interesante. Mi madre sale con una amiga. La casa sola…llamo a mi novia.

Antes de prender el celular me acuerdo. Ella también salía con amigas. Interesante. La casa sola. Mi novia sale con una amigas…llamo a mis amigos.

Mando el mensaje convocatorio. “hay algo para hoy?” No hay respuesta. Voy a arquería con un dejo de duda e incertidumbre, acompañado por un sol de noviembre que se olvido que estamos ya en Mayo.

Vuelvo mi madre ya no estaba. En mi celular figura su beso de despedida. Otro mensaje; mi novia. Ya la pasaban a buscar su amigas para irse a casa de una correligionaria. Las dos me dicen “Cuidate mucho, besos”.

Veo a mi perro, sentado en la mesa de la cocina leyendo un diario y tomando un té (mi perro cuando estoy con él se desenvuelve un poco mejor, o tal vez me envuelve una atmosfera mas lisérgica cuando estoy en soledad). Sin dejar de ojear su lectura me espeta.

“¿Nos quedamos solos no? Acordate que a las nueve tengo que comer, y después me tenes que sacar afuera. No se puede creer los crímenes que hay…”

La ultima parte no se si me estaba prestando atención. Llamo a mis amigos. Llamo, no mando mensaje, ya era la instancia más perentoria, en la que uno se desespera por hacer algo, o al menos se queda con la satisfacción de decir “bueno yo trate”.

“tenemos que ir a XXX, pero si surge algo te llamamos”. A esta altura me había parapetado en mi escritorio personal y empezado a estudiar tranquilo, bajo la luz de una tenue lámpara. Trataba de resumir los contenidos vistos, y realmente creo que llevaba buen ritmo. En eso entra mi perro sacándome la concentración.

“Parece que no te vas nada. Ya son las ocho. Acordate, quiero comer puntual, que después te hago las desgracias en la escalera”

Sacando una cerveza de la heladera se va agregando

“si me necesitas estoy en la alfombra del living limpiándome las partes”.

Sigo un tiempo más resumiendo. Despacio como queriendo meter todo en su lugar. Como un rompecabezas infinito que trato de armar, donde las piezas nacen y se reproducen continuamente.
Dan las nueve. Preparo la comida.

Al perro luego de hacerle ver que, si bien conmigo podía hablar y leer el diario, le serví la comida en su tarro habitual. Me daba un poquito de asco que coma conmigo en la mesa luego de usar su lengua como papel higiénico. Al menos accedió a lavarse las patas. En eso es educado.

Yo me preparé, lo que yo llamo “comida de soltero”. Lo suficientemente rápida para comer ya, lo suficientemente rica para no hacer otra cosa, y lo fundamental. Utilizando lo menos posible los utensilios de cocina accesorios tales como tenedor cuchillo y plato. Luego hay que lavar menos.

“Y pensar que antes te gustaba estar así solo conmigo. De sentirte dueño de la casa. Ahora pareces una mujer que se pasa la noche esperando que la llamen, mientras mira películas y come helado. En fin… los tiempos cambian. Me voy al patio a fumar un pucho”

Me quedo nuevamente en mi escritorio. Decido, sin embargo tomarme un descanso, hacer la digestión un poco más relajado (relajado algunas veces es mi segundo nombre).
Prendo un poco la televisión. Entre noteras que arrancan una nota en una playa nudista y luego se bañan en bolas en el mar, pasando por un boxeador bailarín, para terminar con una animadora sexual en un boliche de zona oeste, se pasa un tiempo considerable.

Apago el aparato, notando que mi perro se quedo viendo conmigo los últimos minutos de programa.

“En fin ya estamos viejos…bah, yo viejo vos…”

Y no completa la frase, se va al living a dormitar un poco.

Decido completar un tema que deje colgado antes de comer. Mientras lo estudiaba y lo resumía. Las gotas de la canilla se sumaron a mi psicodelia. Todavía negras de la tinta que derrame al cambiar un cartucho, decían o susurraban.

“plic…plic…ponete una de Charly…plic…plic…aprende a cambiar un cuerito…plic…plic...”

Constantemente, el mismo eco, el mismo retumbe en la bacha que no me dejaba concentrarme.
Finalmente, a duras penas acabo de resumir lo que quería. Dejo prendida la radio para que el agua que pierde mi canilla este contenta, saco al perro, que se queja que hace frio y sale con sus puchos en el bolsillo.

Al volver a casa, prendo la maquina y me dispongo a ver una película. Hasta que alguien me llame, aunque sea para saber cómo estoy. Me voy a quedar dormido seguro. Lástima que no compre helado.

Al final una hace tanto y la descuidan de esa forma...

Ilustracion: de la pagina del restaurant Park Avenue http://www.parkavenuebargrill.com/