Buscar este blog

jueves, 12 de enero de 2012

Un Ultimo Cuento (textos para dormir con luz V)



“Abuela, contame un cuento”

Con esta frase, interrumpía cuando era un pibe a mi abuela de sus cuentas del Rosario, las noches de verano caluroso en las que no podía conciliar el sueño, cuando iba a su casa en un pueblito no muy lejos de la Capital. Ella sonreía, y me decía por lo bajo

-“Dos cuentas mas”

Esperaba ansioso a que termine sus oraciones, tenso, con mis maños ahorcando las sabanas esperando a que comience esos fabulosos relatos. Al terminar de orar, dejaba el Rosario en su mesita de luz, y como si fuera un mozo en cualquier bar me preguntaba.

-¿Qué historia quieres que te cuente?

Yo pensaba bastante para decidir la combinación perfecta. Al principio, recuerdo, era fácil, pues me hallaba en un terreno casi inexplorado, y mis requerimientos no eran demasiado presuntuosos. Pero conforme los años avanzaban se iban tornando más extravagantes. Recuerdo una vez pedirle que me cuenta la historia de dos hermanas que viajaban en el tiempo, y se hacían amigas sucesivamente de dinosaurios, astronautas y gauchos. Pero mi abuela no le asustaba los pedidos de su quisquilloso nieto. Por el contrario, parecía divertirse, al pensar por un instante los detalles de una historia, que todavía no había nacido.

Simplemente cuando comenzaba su relato, se abría un nuevo mundo. La habilidad de mi abuela radicaba en los detalles. En las pausas y en tenerme en vilo hasta hacerme rogar por decirme como continuaba la historia. Viajábamos todas las noches a escenarios diversos. Desde cabalgar en la llanura, hasta viajar a un planeta lejano. Me sentía parte de la historia. Veía y a veces, podría decir que toqué escenarios salidos de la boca de mi abuela. Parecía que mi pieza, la casa entera de ella cobrara vida, solamente cuando ella empezaba con sus cuentos.

Recuerdo una noche, una particularmente calurosa, donde casi no se podía estar fuera del alcance del mezquino ventilador, y aun así grandes gotas de sudor nos corrían por la cara. Cuando me pregunto qué historia quería que relatara, yo no quería pensar demasiado, puesto que estaba concentrado en tratar de acelerar los giros del ventilador con el movimiento de mis manos, y le dije casi lo primero que se me vino a la mente.

-No se abu, contame un cuento de terror- Nunca se lo había pedido, siempre me sentí con ganas de escuchar un relato de terror por parte de mi abuela, pero las historias de ella eran tan reales que la verdad tenía miedo de pedírselo, ya que no quería que me vieran dormir con luz una semana entera en mi casa. Ya estaba grandecito. Ella frunció el ceño y con su voz suave pero determinante exclamo.

-Todavía estas muy chico para eso mí querido, quizás cuando seas más grande…hace demasiado calor, mejor nos vamos a dormir, ya mañana te contare dos historias en vez de una-

Era la primera vez que se rehusaba a contar un cuento. Nunca lo había hecho antes. Al día siguiente cumplió con su palabra y me conto dos historias nuevas. Pero ya no era lo mismo. Ya comenzaba a observar los pequeños hilos que movían la trama de la historia, miraba a mí alrededor y todavía se veían nítidamente las paredes de la habitación.

Yo fui creciendo, y los cuentos fueron cesando, reemplazados por la necesidad adolescente de hacerse notar entre sus pares, o al menos arañar un poco de cariño. Fui desprendiéndome de ese niño explorador de mundos de fantasía y lo reemplace por un púber jugador de videojuegos y lector de historietas. Pase toda mi adolescencia casi sin ir a la casa de mi abuela, y ella pocas veces venia a la mía. En esa época, consideraba ya de “nene” el ir a visitarla, prefería ir a los boliches con mis amigotes.

Hasta hace poco tiempo, diría un par de años, la situación no había cambiado. La abuela seguía en su casa, como si el tiempo hubiera parado para ella. Siempre se la oía por el teléfono como siempre. Con una voz calma, casi risueña me preguntaba

-¿Cuándo venís?-

-Pronto abu, pronto. Tengo un examen en dos semanas y tengo que estudiar. Le respondía, casi sacándome el fardo de encima.

Si hasta hace un par de años el tiempo que parecía estar detenido, de repente, empezó a correr a toda marcha. Un golpe fuerte en su cadera, al caerse en el patio, derivo en una operación de urgencia. Esta salió muy bien, pero al parecer en el hospital, fue víctima de un virus en la misma habitación donde reposaba. Esto la obligó a ir a terapia intensiva, ya que su estado, debido a la prolongada edad era bastante delicado.

En ese tiempo, mi madre (su hija) no se despegaba de ella. Vivía en el hospital y yo me quedaba solo en casa. Trataba de no pensar en la situación. Por alguna razón el tiempo empezó a correr para mí también deprisa. No me permitía otra imagen de mi abuela, que no sea la estoica viejecita que me cocinaba lo que yo quisiera, aunque se tuviera que levantar antes de salir el sol para preparar los ingredientes. Pero la verdad que mi madre necesitaba un poco de descanso verdadero y desentenderse por unos días de ese ambiente. Accedí a quedarme unos días con la abuela. Iría a visitarla al hospital de día y de noche me quedaría a dormir en la vieja casa, cosa que no hacia hace varios años.

Al llegar al pueblo, inmediatamente fui al hospital donde estaba mi abuela internada. Al entrar a la sala de terapia intensiva, y verla con los catéteres y tubos puestos, me entro un escozor por mi espina. Casi lloro al pie de la cama, y de no percatarme que ella estaba mirándome, probablemente lo habría hecho.

Me acerque con cuidado, y la mire con ojos brillosos. Ella sonrió, con la misma expresión que recordaba y pidió que le quitaran por un momento el nebulizador.

-Que alegría verte nene- Me dijo con una vos casi ahogada, como si fuera un esfuerzo enorme el hilvanar ese pequeño hilo de vos.

-¿Cómo estas abuela, bien?- Pregunte, con la esperanza de que me mintiera, de que me dijera, que sí, que no era más que una pequeña fiebre que tuvo.

-Ya lo ves, nene. Me estoy muriendo. Estoy muy débil, casi no puedo ni abrir los ojos. Me cayeron todos los años encima de un solo saque. No llores nene, está bien. Vos todavía tenés que vivir che, sos joven. No te preocupes por mí, ya he tenido lo que quise en esta vida…

No pude contener el llanto. Más que de tristeza, de enojo. Por estar ausente de alguien a quien creía eterna. Por escaparme y darle la espalda. Tarde me daba cuenta de lo egoísta que había sido.

-No digas boludeces abu. Te vas a recuperar. Vas a poder ver a los bisnietos…-

-No dudes de ello, querido- Dijo, olvidándose tal vez de lo que había dicho hacia segundos.-En fin, ¿Y dónde te quedas?

- En la casa abu, en la misma habitación que cuando era chiquito- Le dije para que se conectara con ese pasado tan brillante para los dos.

-Ah mira vos…Entonces tené cuidado. No miedo, pero si mucho cuidado- Me dijo, esforzándose para decirlo claramente.

-¿Por qué, no hay luz?- Pregunté pensando si había traído la linterna.

-No, hay luz… y más cosas- Me dijo aumentando el misterio.

-¿Qué cosas, abu?- Pero no respondió. De repente le agarro un ataque de tos, que obligo a los enfermeros a ponerle de vuelta el nebulizador, y a pedirme que vaya a la sala de espera.

Allí estuve, al menos unos cuarenta minutos, cuando el doctor de guardia, salió y me explico que si bien mi abuela estaba delicada, habían podido estabilizarla. Que no había razón para quedarme en el hospital toda la noche, que si lo deseara podía regresar en la mañana.

Opté por irme a descansar un poco a la casa, y mientras caminaba por la calles oscuras aproveche y llamé a mi vieja. Si bien se la notaba con un mejor tono de voz, no pudo contener un quiebre de voz al decirle lo que había pasado en el hospital.

Después de un breve paseo por las callecitas del pueblo llegué a mi destino. Es asombroso, como algo que vemos todos los días que nos parece basto, enorme, infinito, cuando dejas esa monótona calma y vuelves, luego de un tiempo, lo encuentras más pequeño. Mucho más pequeño. Con las paredes pintarrajeadas y las puertas descascaradas. Me costó reconocer la casa. Al igual que a mi abuela, los años le cayeron como una roca, parecía estar agonizando.

Entré no sin dificultad, a pesar de que mi madre, me había advertido que la llave estaba un poco dura. Al hacerlo, un soplido de humedad y madera mohosa me envolvió por completo. El clásico olor a viejo pensé, y no le preste mayor atención. Encaré primero hacia la cocina, donde se encontraba el disyuntor, casi a tientas, ya que a pesar de haber traído la linterna las pilas de esta estaban por agotarse. Siempre me faltan cinco para el peso.

En esa tenue luz, pude contemplar como las partículas de polvo envolvían todos los objetos de la capa, formando un tejido grueso, casi impenetrable. Por lo tanto, sí bien le resté importancia en un primer momento, no comprendía como habiendo polvo por todas partes, el espejo del living estaba brilloso, como nuevo. Como si lo acabaran de limpiar cuidadosamente.

El disyuntor solo servía para darle luz a la pequeña pieza donde iba a dormir, puesto que los demás aparatos de iluminación de la casa se encontraban sin lámparas (al parecer todos los focos estaban quemados y no hubo nadie para cambiarlos en mucho tiempo…). Por lo tanto tuve que volver sobre mis pasos hasta la habitación de nuevo con la menguada luz de la linterna, que lamentablemente me dejó a mitad de camino.

Solo me guiaba por los escasos rayos de luz que llegaban desde la calle y por la lejana luz de la luna. No hace falta mencionar que el ambiente se me presentaba tétrico, y no hacia esfuerzos por reprimir un cierto hormigueo en mis extremidades. Como si algo me estuviera haciendo cosquillas. Volví a pasar por el espejo. Lo pasé de largo, pero algo me llamo la atención en el reflejo que me devolvía. Miré atentamente y pude notar dos pequeñas luces que brillaban bajo el aparador que tenia detrás. Con temor pero con más curiosidad, me agaché debajo del mueble, y súbitamente salió un enorme gato. Corrió frenéticamente hasta desaparecer en algún recoveco de la ya oscura cocina, tal vez saliendo al patio por el hueco del extractor.

No pude verlo bien, pero entre esa maraña de pelo mugriento y renegrido por polvo y barro, creí reconocer a “Alonso” el morrongo de mi abuela. Siempre me tuvo miedo, puesto que de chico le jugaba mil travesuras al pobre gato. Hasta llegue a tirarle agua hirviendo en la cola. No era de extrañarse que Alonso saliera corriendo ni bien me veía acercarme. Pero ese animal no podía ser él, ya que el mentado felino llevaba varios años muerto. Me acuerdo que ese fue un duro golpe para mi abuela, puesto que no aceptó otro animal de mascota. Vivió completamente sola desde entonces.

En fin, despejé mi cabeza al llegar a mi cuarto leyendo un poco las revistas que me compré en el viaje. No había mucha luz, ya que solo había un pequeño velador en toda la pieza. Ya había leído bastante y la noche parecía pasar aletargadamente, cuando de repente un chillido agudo resonó por toda la casa.

Salté de la cama, golpeándome contra el suelo. Esperaba que en cualquier momento alguien o algo fuera a tirar la puerta abajo y matarme excitadamente. Los eternos minutos pasaban y no había ningún movimiento, por lo cual me tranquilice un poco. Seguramente, era ese gato polvoriento que se había lastimado con alguna cosa en la cocina. Así que no le di importancia, ya que no iba a dejar mi pequeño refugio, en pos de averiguar las desventuras de un gato vagabundo, en medio de la noche y a tientas. Para eso habría tiempo en la mañana. Así que me dispuse a cerrar los ojos y descansar unas horas, ya que sorprendentemente a mí, a un insomne profesional como yo, el sueño lo había capturado de repente.

Me aferro con mis manos a la sábana, esperando que ella terminara el Rosario. Era una noche de mucho calor y me costaba estar despierto en esas largas horas de verano. Cuando termino me dijo que historia quería. Una de terror, eso quiero. Quiero vivir una noche de espanto. Quiero ese favor, abuela.

“Bien, supongo que ya eres todo un hombre para saber lo que me pedís. Espero que disfrutes de esta noche de terror. Ahora acercate nena, que él quiere jugar contigo un poco”

Pensé que estábamos solos en la habitación. Pero de una esquina oscura sale una nena un poco mayor que yo, vestida con un lindo vestido de hilo blanco, con muchos encajes. El pelo es castaño casi rubio, le llega hasta las orejas. Tiene una vincha con un enorme moño azul. Me sonríe dejándome ver sus pequeños colmillos filosos, y sus ojos de sabueso rabioso. Brillantes en la oscuridad.

No puedo hacer otra cosa que esconderme bajo las sabanas. Los segundos son eternos. De repente algo me tira súbitamente hacia afuera de la cama por los tobillos. Grito, con todas mis fuerzas. Todo se vuelve oscuro…

Me desperté gritando en el suelo. Al entrar en razón, pude apreciar el sonido mortuorio del eco que se esparcía por toda la casa, mutando hasta transformarse en el sonido desesperado y agudo que había escuchado anteriormente.

Sudando y todavía un poco confuso, tanteé en la oscuridad mi teléfono celular. La pantalla marcaba apenas las dos y media de la mañana. El sueño que vino tan fácil, me abandonó, quedándome en medio de la oscuridad con mis nervios colapsados.

Decidí prender un cigarrillo para calmarme un poco, hábito que había adquirido no hacía mucho y que en ese entonces permanecía oculto. Pasó mucho tiempo hasta poder razonar y enfriar mis pensamientos más desquiciados. Estaba en medio de una habitación en la que la última vez que dormí ahí, era todavía un niño. Mi abuela se estaba muriendo, y yo pensaba que era mi culpa por esconderme de su presencia durante todos estos años. Eso, sumado al hecho de ver la antigua casa, como un cementerio de objetos mugrosos hizo que volviera a estallar mi imaginación, en un torrente de insanas y perturbadoras imágenes. Debía ser eso; los fantasmas no existen, me repetía una y otra vez en voz alta, para darme ánimos. Cuando de repente la puerta de la habitación pareció estallar. Como si alguien del otro lado le hubiera propinado una patada con mucha fuerza.

Casi instintivamente, dando alaridos de terror y sosteniendo mi linterna como si fuera un garrote con una mano, abrí bruscamente la puerta con la otra. La tenue luz del velador solo me devolvió la visión del pasillo vació, silencioso. Inerte. Decidí aventurarme en la oscuridad, pensando ilógicamente que ese maldito gato pulgoso pudo haber dado semejante golpe a la puerta. Di unos poco pasos con la minúscula luz del encendedor, hasta que en un estante del pasillo encontré un paquete de velas. Prendí un par y las dejé en una pequeña mesa en una habitación que antes hacía las veces de estudio. Dejando las puertas abiertas, podía guiarme con su brillo.

Igualmente, dispuse de una vela para alumbrar mi recorrido, en busca de ese maldito gato. Era la única razón lógica que me permitía seguir, puesto que si dejaba salir mi imaginación, no podría haber salido de mi habitación, del pánico que hubiera tenido. Si bien ya había pasado por esos corredores, hacia pocas horas, sentía en ese momento que las sombras producidas por las velas, formaban figuras extrañas, que vigilaban todos mis movimientos. Reprimía a cada instante, el impulso de volver a la seguridad de mi habitación, la única isla de luz segura en todo ese espacio de polvo y oscuridad. El gato continuaba sin dar señales de vida, cuando mis pasos me condujeron al living y a una visión enloquecedora.

Allí, en el espejo, como si alguien hubiera respirado muy cerca y luego escrito con el dedo, pude leer “Bienbenido”, así como lo escribo ahora, con esa clara falta ortográfica. Como si el que lo hubiera escrito fuera un ignorante, o un niño. Me acerqué al espejo lentamente para examinar la escritura mejor, cuando de repente sentí que el brillo lejano del escritorio había cesado. Me sorprendí, puesto que era imposible que se hubieran consumido las velas en tan corto tiempo, y no había ninguna corriente de aire en la casa. Más grande fue mi sorpresa, al ver reflejado al gato mirándome con esos ojos de encendidos detrás de mí.

No comprendía de donde salió, no había lugar físico donde esconderse en ese sector del living. Era como si se hubiera materializado de la humedad de las viejas paredes. Bajó un frenesí de furia, giré rápidamente hacia y traté de agarrarlo, cosa que me fue imposible porque a pesar de ser un enorme gato, era muy veloz. Simplemente dio media vuelta a la velocidad del rayo y no pude siquiera tocarle los pelos de la cola.

Lo corrí por toda la casa, tratando que por el impulso, la vela no se me apagara. Entre las sombras, pude ver como se escurría dentro de la habitación de mi abuela.

Dudé en entrar. A decir verdad tenía pánico. De niño me daban miedo las imágenes de santos y estatuas de vírgenes que mi abuela guardaba en su habitación. Ella era muy religiosa, y a la hora de la siesta también rezaba en vos baja y monótona, como en transe. Las pocas veces que la espié siempre estaba tendida en la cama y al lado tenia una pequeña virgen de Lujan, que no importara donde estuviera escondido yo, ella siempre me estaba observando. Como vigilándome. Como no quería enojarme con los Santos, evitaba lo más posible esa habitación.

Despejé esos recuerdos de mi cabeza, tragué saliva y entré lentamente. Ante la visión de las estatuas descoloridas por el tiempo, no pude evitar hacer la señal de la cruz en mi cuerpo, como pidiendo al cielo algún tipo de protección. Como siempre la pequeña virgencita de Luján estaba al lado de la cama, pero ya no podía mirarme mas. Estaba decapitada, lo que me producía mayor perturbación aun.

El felino volvió a desaparecer, no lo encontraba por ningún lugar dentro de la pieza. Hasta que sentí como si desde el ropero, saliera un ronroneo suave y pausado. “Debe estar ahí” pensé, y abrí la puerta con toda la furia. Nada, solo ropa vieja y apolillada, y cajas de cartón de tiendas que ya no existían.

La vista se clavó en una pequeña caja gris, envuelta en un moño de seda rosa, en la que se podía leer “fotos” escrito con una cuidadosa y prolija letra de maestra primaria. Era la letra de mi abuela. La abrí, y allí me encontré con una veintena de fotos viejas, en blanco y negro todas ellas, mostrando a personas que no reconocía. En algunas de ellas reconocí a mi abuela por su expresión cómplice, por su sonrisa fina en los labios. Entre todas una me llamo mucho la atención. Al principio no pude distinguir muy bien que, puesto que era una foto de un gran número de personas, sentadas en una larga mesa en el patio de la casa, alzando las copas de vino. Una típica escena de almuerzo de domingo de aquellos días. Pero al fondo vi algo, que hizo que todo el terror explotara dentro de mí, como un rio sin control.

Al fondo, alejada del grupo de personas, debajo de la planta de duraznos, se encontraba la pequeña niña que había soñado esa noche. Se la notaba seria, con su vestido nuevo, mirando directamente hacia mí. Con esos ojos encendidos como brasas. Las manos me empezaron a temblar y se desparramaron las fotos por todo el piso. Al tratar de recogerlas, mirando debajo de la cama, la pequeña cabecita de la virgen me estaba esperando, dirigiéndome la misma mirada plomiza que solía darme, aunque los ojos estuvieran borrados por el paso del tiempo. Di un súbito salto hacia atrás y me golpeé la nuca. Mareado, escuché de repente, el suave ronroneo, y yo instintivamente miré hacia la puerta.

Allí mirándome desafiante, me estaba esperando el gato mugroso moviendo su cola como un péndulo de reloj. El miedo dejó paso a la furia, y retomé la cacería. El demonio rápidamente salió al pasillo que comunicaba las habitaciones, y fue a parar a mi pieza. Sentí que apagaban el pequeño velador, obligándome a entrar casi en penumbras.

Al hacerlo, me senté en la cama, para calmarme un poco y observar a donde se podría haber metido el animal, cuando de una esquina oscura, apenas iluminada por un farol callejero, sale una nena, vestida con un lindo vestido de hilo blanco, con muchos encajes. El pelo era castaño casi rubio, le llegaba hasta las orejas. Tenía una vincha con un enorme moño azul. Me sonríe dejándome ver sus pequeños colmillos filosos, y sus ojos de sabueso rabioso. Brillantes en la oscuridad.

No pude hacer otra cosa que esconderme bajo las sabanas. Los segundos eran eternos. De repente algo me tiró súbitamente hacia afuera de la cama por los tobillos. Grité, con todas mis fuerzas. Todo se vuelve oscuro…

Cuando vuelvo en sí, ya era de día. Me cuesta ubicarme en tiempo y espacio, pero el sonido de mi celular me hizo despabilar completamente. Tenía varios llamados del hospital y de mi madre.
Me dirigí corriendo hacia allí, y al llegar pude encontrar al doctor en la puerta de terapia intensiva. Al parecer, mi abuela habría sufrido un ataque cardio-respiratorio hacia la madrugada y había fallecido. Ya habían avisado a mi mamá y ella se encontraba en viaje. Me quedé estupefacto. No lloré, ya que no todavía estaba movido por la experiencia de la noche anterior, y no fue hasta que vi a mi madre entrar con los ojos inundados, que me permití expresar mi angustia por medio de lágrimas. Mi abuela había partido y no sabía porque, pero sentía que su partida era consecuencia de la alocada noche que había sufrido.

Acompañé a la casa a mi madre, puesto que había viajado en el día y estaba agotada, mas con la noticia de la muerte de su madre a cuestas. Me pidió que la ayudara a ordenar cosas, y organizar el velatorio, ya que sentía que no podía sola.Acepté por supuesto, ya que lo veía como una obligación que tenia para con mi abuela.

Al entrar, ella fue a mi pieza a tirarse y descansar un poco. Yo me tiré al lado de ella, pero en el piso, tratando de despejar mi cabeza con un poco de lectura. De repente me alcanza una foto antigua y me pregunta:

-¿Qué hace esto arriba de la cama?

- No sé, yo no la toqué, nunca la había visto – Mentí. Era la foto de la reunión dominical con la niña en el fondo.

-Es una foto muy vieja, de toda la familia. Ahí podes ver a tu abuela, mírale la panza. Yo todavía no había nacido.

Con una curiosidad morbosa, le pregunté

-Ah, ¿Y quién es esa chiquita que se ve en el fondo, parece enojada?

-Era mi hermana. No estaba enojada sino triste. Un auto atropello a su gatito poco tiempo antes de que se tome esa foto. Siempre tuvo devoción por lo gatos. Murió al poco tiempo de nacer yo, así que casi no la conocí. Según dicen, ella era muy enferma, y la muerte de su morrongo la hizo empeorar. Se enfermó una noche y nunca mas volvió a levantarse. En el tiempo que estuvo convaleciente un gran gato se posaba en aquella ventana, arriba de donde ella dormía. Ella, esperaba la llegada del gato como si eso fuera el gran suceso, y a decir verdad la ayudaba mucho. Pero un día el gato dejo de aparecer, y ella quizás de tristeza, murió. El animal apareció a los días, rasguñando la ventana pidiendo entrar. A decir verdad era enorme y según tu abuela parecía como si te mirara con inteligencia. Vos lo conociste era Alonso. A decir verdad, fue sorprendente la cantidad de años que vivió ese michi ¿No?-

Me quedé mudo. Como si ante mí se revelaran todas las tenebrosas verdades del universo. En eso presto atención a la ventana que da a la calle y allí estaba. Ese demonio de Alonso, que parecía mirarme sin expresión, moviendo su cola como un péndulo, o la hoja de un chuchillo. Me pierdo en sus ojos encendidos, en una vorágine de espanto y aullidos, que me vuelven ciego. Todo se vuelve oscuro…

Son las seis de la mañana y suena mi celular, al que había programado como despertador. Todo había sido un complejo sueño. La cama parece haber vivido una intensa lucha, puesto que almohadas y sabanas se encuentran desparramadas por toda la habitación. Mientras me preguntaba, si no estaba sino en otro eslabón de una cadena infinita de sucesos oníricos, llama mi madre. Parece más relajada, incluso contenta, ya que le avisaron del hospital que mi abuela amaneció mejor. Por un lado me sentí aliviado por la noticia, pero como antes, todavía no terminaba de digerir las emociones vividas.

Después de un rato logro componerme y vestirme para ir al hospital a visitar a mi abuela. Decidí, prepararme el desayuno en la cocina, en vez de comer las humedad galletitas que guardaba en el bolso, aunque solo hubiera agua para un té. Me dirigía hacia allí cuando al pasar por el living note algo extraño.

Casi no reparo en él, ya que todavía no estaba muy despierto. Pero al girar y ver el espejo, como si alguien hubiera respirado cerca y escrito con el dedo, estaba escrito en pequeñas letras.