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lunes, 2 de julio de 2012

Ensayo en cuatro notas



A la vuelta de la canción oscura, casi sin buscarlo me llaman. Parece alguien a quien conocí en mares lejanos, en piezas enmohecidas. En cuchillos tiñéndolo todo de rojo. ME cuesta reconocerla. Esta oscuro, en este solo de chelos carnívoros depredando mi cordura.

“¡Eh vos! Federico, ¿no me reconoces?…so yo tu Niña…”

Y de verdad digo, que con dificultad logro hallar algún rasgo familiar. De aquella vivaracha pequeña que jugaba conmigo. Que reía entre luces estereoscópicas, al cargar los cadáveres de mi alma.

No, mi visión era muy diferente ahora. Solo veía una adolescente desgarrada, mal pintada, con moretones en los antebrazos. Carente de todo brillo. Se me presentaba como una figura chueca, desbastada de tanto deambular sola y loca. Semidesnuda y escuálida, extrajo de un pequeño bolso un paquete de cigarrillos.

“Veo que no te acordás. Es comprensible algunas veces hasta a mi me pasa. Estoy en un templo profanado y viejo, al que alguna vez llame cuerpo. Encerrada, esclava del maldito tiempo, de las mil constelaciones de flagelos que padezco al abrir mis ojos. Me he vuelto humana, vulnerable. ¿Queres un pucho?”

¿Por qué siempre mis visiones me ofrecen un pucho? El humo baila y se entrelaza con esta niña-adolescente. Ella parece vestirse con algodones de vapor, y bailar para mi como la hacia hace ya mucho tiempo. Ha perdido la gracia la inocencia de la sangre. De los asesinatos de vocales, de personajes saqueadores de entrañas. Se ha ido todo eso ya. Y solo queda como recordatorio a ella, mi partenaire psicótica, violada por tanto ruido de ciudad.

La verdad me siento incomodo. Siento una acidez creciente en mi pecho, conforme ella produce volteretas y movimiento cada vez más sensuales. Me retuerzo del dolor, mis costillas se clavan en mis pulmones, no me dejan respirar. Me aplastan todos los pecados del universo, y me dejo caer una vez más ante las visiones del dolor y el caos final.

Y al mirar de nuevo, una vez repuesto a medias, otra vez esta ella. Mi pequeña amiga, con sus rizos al viento, con su sonrisa infinita, y sus manitas llenas de sangre. Es hermoso verla bailar al son de los violines y de ese coro de ángeles oscuros, verla batir sus alas de paloma y volar aunque sea un ratito.

“Gracias. Tu dolor e infinita malevolencia me ha permitido ser libre. Tu oculto dolor me ha dado fuerzas y he recobrado mi forme etérea. Quizás te hayas olvidado, aunque tu corazón ya no sea mio, aunque tu alma me fue arrebatada, nunca me iré. Siempre sentirás maldad, ese oscuro presentimiento de devorar a todos con tus colmillos. Ahogarte en la lujuria de la sangre y vomitar la mañana. Fui niña, y prostituta. Una cortesana impune al servicio de tu alma negra”

Y desaparece. Primero ella luego todo el espacio. Y en un negro absoluto vuelvo a re encontrarme con mi taza de te, con mis anotaciones diarias. Con mi rutina paga de buen comportamiento.  Y siento  la herida lacerante en mi estomago, Como lava ardiendo, golpeado desde adentro. Y al ver mi sangre derramada sobre el piso sonrió y digo a un punto perdido.

“Gracias por visitarme”