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jueves, 17 de marzo de 2011

Lajas (textos para dormir con luz IV)



Manuel se sentía avergonzado de esa situación. Tantos meses de planificación, de nervios, de imaginarse revolcado junto a su novia en algún pastito verde, para terminar caminando por las calles fangosas de ese miserable barrio.

Cumplían un año de novios, y para pasarlo tranquilos, lejos de la mirada inquisitoria de su suegra, decidió llevarla a Sandra, su novia, a la casa de su Abuela en Las Lajas, un pueblito perdido de la Pampa bonaerense, del que guardaba hermosos recuerdos de su infancia.

Si bien hace mucho que no iba, estaba seguro de encontrarse con un feliz pueblo donde toda la gente se saludaba y donde siempre había un árbol disponible para descansar a la hora de la siesta. Lleno su bolso de remeras, un par de calzoncillos y junto a Sandy partieron hacia el lugar.
La llegada no pudo ser más desalentadora. Con un cielo plomo, un viento implacable y la calle principal totalmente descuidada. Había lugares donde la maleza había reemplazado al concreto conquistando su lugar que le pertenecía haría eones. Pero lo más llamativo fueron los lugareños. Los pocos que todavía quedaban. Los observaban, estudiando la mirada, como queriendo oler la intención que delataría a los dos viajantes. No decía nada clavaban sus ojos castigados por el viento, y se metían presurosos a sus casas.
Anochecía, y por lo tanto Manuel decidió emprender hacia la casa de su abuela. Esta estaba deshabitada hacía ya unos años. Su abuela ya no vivía allí por problemas de salud, quedando la casa sola a merced de una pobre señora que apenas podía mantenerla en pie una vez por mes.
Por lo pronto la casa no estaba tan mal, se la imaginaban peor. Si bien la cama principal era inutilizable, podían tirar un colchón con sus bolsas de dormir en la sala, al calor de una gran salamandra que allí había. Tenían suficientes leños en el garaje, y comida para cenar y desayunar. Al otro día harían las compras.

Pero esa noche fue desastrosa. Los aullidos que se escuchaban afuera, impidieron todo acercamiento amoroso de Manuel hacia Sandy, ya que ella estaba sumamente atemorizada por esos sonidos. El, quiso calmarla aduciendo que en ese lugar nunca hubo lobos ni nada parecido, aunque se quedo mudo, cuando su novia lo interpelo, por el origen de los aullidos.
Lo más raro, no eran los aullidos, sino que además se escuchaban a lo lejos como una mezcla de relincho y bufido, seguido por un cabalgar vertiginoso, como si una tropilla entera de caballos estuviera dando saltos. En fin, el cansancio del viaje pudo más y los dos terminaron por dormirse, no sin antes revisar juntos todas las aberturas de la casa.

La mañana los sorprendió con los últimos fuegos del hogar, y con el aroma de humedad que provenía del exterior. AL abrir la puerta, se encontraron que había llovido la noche anterior, y escucharon el reconfortante sonido de los pajaritos cantando en las ramas de los arboles.
Este fraternal canto motivo a Manuel a apurar los preparativos de una pequeña expedición que tenía planeada a un arroyo cercano al pueblo, donde recordaba haber pescado algún que otro bagre.
Sandy, todavía atemorizada, se dejo influir por los besos y mimos de su novio, y al promediar el mediodía emprendieron la marcha. Ya en los primeros minutos, Manuel advirtió que la mayoría de las calles que tenían que pasar estaba regadas por el fango provocado por la lluvia, así que trataron de ir lo mas cautelosamente posible por las veredas de laja granítica que había en ese lugar.
Por eso el nombre del pueblo. Otrora una cantera de canto rodado prospera, el pueblo Las Lajas, llego a tener pavimentadas todas sus calles con este material, lo que le hizo acreedor de su nombre. LA cantera cerró hace muchos años y los discos de piedra lisos y blancos se fueron perdiendo, o robando a medida que pasaban los años.

Manuel y Sandy apenas si avistaban un par de las originales, a pesar del fango. Las calles nunca se re pavimentaron y los vecinos empleaban cualquier elemento para suplirlas. La pareja llego a ver incluso el chasis entero de un camión que servía de “puente” entre dos esquinas.

Lo que más llamo la atención a Manuel, es la ausencia total de gente. Las casa estaban todas cerradas herméticamente y no se escuchaba ningún murmullo. Pero se notaba que había vida dentro, ya que sentían las mismas miradas que los recibieron, en algún punto de las ventanas.
Sin querer, se habían internado por un lugar desconocido para Manuel, donde no tenia referencia alguna, donde sus calles parecían lombrices enroscándose en la tierra mojada y las casas parecían emerger como hongos blancos del barro. Daba pena admitirlo, pero estaba perdido. Lo peor es que cuanto más andaban para buscar alguna persona que los oriente, mas perdidos resultaban, ya que desembocaban en nuevos lugares. Como si la escenografía de un teatro cambiara instante a instante.

De repente, una sombra se movió detrás de ellos, y un sujeto grotesco, baboso y desdentando, un viejo loco enmohecido, se les tiro encima, gritándoles con una voz chillona, que dejaba oler su aliento a grapa.

“¡¡Miren las lajas, las lajas!! Las mas chiquitas, las blanquitas, va a llover pronto…no hay tiempo…”

En eso una mujer grandulona, pesada, moviendo todo su cuerpo con gran dificultad, agarro al viejo y se lo llevo dentro de una casa. Les dedico una última mirada como de juez verdugo, con una advertencia incluida.

“No son de aquí, váyanse. Antes de que llueva, es peligroso. No son bienvenidos aquí. Ellos ya los huelen…”

Y cerro de un portazo.

Sandy ya estaba aterrorizada. Tironeaba del buzo de Manuel hasta casi romperlo, empujándolo para hallar una salida que los lleve devuelta a la casa. Manuel, ciego, no terminaba por caer en la situación. No sabía que camino agarrar, ni mucho menos hacia donde querer ir. Si solo hubiera una referencia.

Casi por accidente divisaron una manchita blanca en medio de la vereda, y más allá otra. Se dieron cuenta que a ellas se refería el viejo loco, y sin otra cosa que se les viniera en mente, optaron por seguirlas. Al poco tiempo de caminar, se escucharon los primeros truenos, y al rato empezaron a caer gotitas finitas, amenazando con convertirse en temporal.
Apuraron el paso, hasta una esquina de la que Manuel se acordaba (allí estaba el viejo almacén), cuando un pequeño perrito, cachorro se les cruzo.

Sandy, no pudo ocurrírsele otra cosa mejor que tratar de agarrarlo, para acariciarlo (siempre fue una pequeña niña), pero de repente noto los ojos del perrito inyectados en sangre, tirando baba repentinamente por su boca. De un tarascón mordió la comisura de la mano a ella, sujetándola con fuerza.

Manuel desesperado, olvidándose de la seguridad de su novia, pateo al perro con todas sus fuerzas. Este cayo lejos, dando tumbos en el lodo, levantándose débilmente como un monstruo de barro y pelo, mortalmente herido. Alcanzo sin embargo a emitir un aullido, un grito viscoso que se les clavo en la medula.

En ese momento, la esquina se lleno de perros, igual de rabiosos que el muerto, con los ojos explotando de sangre, y con los colmillos sedientos de carne fresca.
Sin pensarlo dos veces la pareja empezó a correr con todas su fuerzas, tratando de guiarse por las lositas blancas que iban viendo en su frenesí. Pero nadie le gana a una jauría de perros hambrientos y rabiosos, por lo tanto a los pocos metros ya sentían el aliento podrido de las fauces en sus nucas.

Por suerte, una jugada del destino hizo que se toparan con una pequeña tropilla de caballos. Los perros al verlos retrocedieron atemorizados y lanzando aullidos de desesperación. En pocos segundos habían desaparecido. Sonriendo Manuel se acercó a los equinos, pero en cuanto pudo examinarlos mejor, noto algo escalofriante. Los equinos estaban masticando un brazo humano, y tenían los mismos ojos rojos que los perros. Observo como la sangre cubría sus fauces, y la carne podrida de sus piernas.

Por suerte para ellos, la tropilla estaba bastante entretenida con su festín, y por la distancia pudieron pasar sigilosamente hasta guarecerse en un viejo almacén, en lo que parecía las afueras del pueblo. Se colaron por una ventana rota del primer piso, trepando un árbol. Para eso Manuel tuvo que ayudar a Sandy, que tuvo una infancia menos aventurera que el.

Al llegar, estallo un trueno muy cerca del lugar, y la tropilla de caballos estallo en lujuria y bestialidad y relincharon al unísono, emitiendo un sonido desgarrador, un eco mortuorio de la lluvia que ahora caía con pesadas gotas sobre la chapa del almacén.

Allí, más tranquilo, Manuel pudo examinar una de aquellas “lositas” que por casualidad se encontraba puesta en la entrada. Noto que no era piedra ni ningún mineral, sino mas bien…hueso. Se preguntaba de qué animal seria, y la desenterró, para luego horrorizarse, al comprobar que era un cráneo humano el que tenía delante de él.

Decidió no contarle su hallazgo a Sandy, que por ese entonces estaba buscando por las cercanías alguna canilla o algo para higienizarse su herida, que a estas alturas le ardía incesantemente. Tiro su descubrimiento a un tacho que había por ahí, y trato de concentrarse en otra cosa. Tratando de permanecer oculto de la muerte animal, que rondaba afuera.

Se preguntaba sin embargo, como había sucedido todo, y si en verdad estaba sucediendo. Trato de concentrarse una y otra vez, para tratar de despertar en su cama de un mal sueño pero no pudo. Sin salida por el momento, y para tratar de combatir la tensión decidió, a pedido de su novia, buscar algún botiquín para su herida.

En uno de los recovecos del almacén, encontró pilas y pilas de diarios. Ahora se daba cuenta. No lo reconoció por lo derruido que estaba, pero este era el depósito del diario “Opiniones” del pueblo.

Decidió parar en su búsqueda del botiquín y detenerse en algunos títulos que le llamaron la atención. Todos estos databan de no menos de 15 años.

“Hallazgo de veterinario local, pone en alerta a la comunidad rural”

“Nuevos reportes de jauría rabiosas azotando los barrios más humildes”

“el virus se esparce rápidamente, muy difícil el controlar la situación”

“Granjas desbastadas, gobierno nacional promete ayuda”

“Provisiones escasean, se implora no comer carne de animales muertos”

“Nueva mutación del virus, se cree que podría afectar a grandes mamíferos incluso al ser hu...”

En ese momento un silbido lo sorprendió. Al darse vuelto observo a su novia, mirándolo fijo. Por la tenue luz del exterior no llego a reaccionar, hasta que la tuvo muy cerca, de los ojos rojos y de los labios con espuma. Manuel no tuvo oportunidad, su grito se perdió entre los miles de ruidos que la orgia de barro y sangre estaba otorgando afuera.

Desde ese momento un nuevo terror azota la zona, se dice incluso que los lugareños atraen a personas desprevenidas al lugar, para usarlos de comida, en vez de ser ellos el alimento.

Si estás leyendo esto corre…porque ya te han olido.